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Valery Chantal Zúñiga Navarro, Costa Rica

"La libertad sexual también es un tema muy importante por el que hay que luchar, luchar contra esta imposición social de delicadeza, sumisión y represión"

Ilustración de María Lorena Silva Padilla, México

Siempre había cuestionado el rol de la mujer en la sociedad, más que todo porque Zarcero (Costa Rica), un pequeño pueblo en el que crecí es bastante conservador y machista, una zona rural en la que la “buena mujer” es aquella que es sumisa ante su esposo, aquella que le sirve en la totalidad, aquella ama de casa que espera a su pareja con la casa limpia y ordenada, las hijas e hijos bien cuidados y la comida servida. Sin embargo, a veces, cuando lo discutía con otras personas de la comunidad terminaba por justificarlo pensando que era algo normal y natural, algo para lo que todas nacemos: para ser madres, para conservar nuestra reputación, para no cuestionar y para ser buenas cuidadoras del hogar y de los hijos.


En mi familia tenía un claro ejemplo de lucha contra estos estereotipos, mi madre, una mujer trabajadora desde muy pequeña, que se revelaba contra la idea de la mujer en el hogar, contra esa imposición social, me enseñó de forma indirecta que trabajar duro también era cosa de mujeres; una mujer que además de trabajar muchas horas al día tenía que cumplir con las labores del hogar al llegar de un día cansado de trabajo. Asimismo, mi abuela, otra mujer que siempre admiré, sobreviviente de un matrimonio en el que sólo había violencia física, psicológica y sexual, ausencia, alcoholismo y, por supuesto, un machismo muy normalizado; una mujer que también se reveló contra el rol de buena mujer y decidió divorciarse después de muchos golpes, palabras hirientes y días de hospitalización en repetidas ocasiones. Esto, a pesar de que socialmente un divorcio era mal visto, ella eligió su vida y la de sus hijas e hijos. Tanto mi abuela como mi madre fueron feministas sin saberlo.


Cuando cumplí 18 años, logré entrar a la Universidad a estudiar Derecho y cuando mis profesores me preguntaban por qué estaba ahí, lo que respondía hacía que muchos me cuestionaran diciendo que eso era algo muy utópico y casi imposible, ya que siempre mi respuesta era “para ayudar a las mujeres”. También yo estaba siendo feminista sin saberlo.


En la Facultad de Derecho muchas profesoras nos contaron relatos muy importantes para mí, entre estos, que unos años atrás las mujeres no podían cursar esta carrera y cuando eso cambió, sólo las admitían con falda porque los pantalones eran “vestimenta de hombres”. Nos contaron también que en el campo laboral era difícil crecer como abogadas ya que era “una carrera para hombres” porque las mujeres éramos delicadas y sentimentales.


Además, en la realidad nacional incrementaron los casos de feminicidios, un tema muy sonado en la facultad. Entonces, investigué y me di cuenta de que el verdadero problema estaba en la estructura social y que no eran casos individualizados o aislados, que vivía en una sociedad en la que las mujeres tenían menos oportunidades laborales, menos libertad para vestirse, para salir a estudiar, trabajar o disfrutar de actividades cotidianas porque nos habían enseñado a vivir con miedo.


Iba a mis clases con mucho temor de caminar sola por las calles y no regresar nunca más, hasta que una noche ese miedo se hizo realidad. En una ocasión que viajaba sola en autobús, me bajé para seguir caminando hacia mi apartamento, después me di cuenta que un hombre que también viajaba en ese autobús me estaba siguiendo. En ese momento, pasaron mil cosas por mi mente, muy atemorizada comencé a correr, hasta que llegué a mi apartamento. Nunca había sentido tanto miedo de no llegar viva y a partir de entonces me di cuenta que no era sólo yo la que vivía esa situación, también eran mis amigas, compañeras, conocidas y desconocidas, me di cuenta que eso era cosa de todos los días y que lamentablemente no todas tenían la suerte que tuve esa noche de llegar a mi apartamento, que muchas nunca regresaban y que apagaban su luz para siempre y eso me hizo cuestionarme todo. ¿Cómo era posible que un tema tan importante como la desigualdad de género no estaba como prioridad en las políticas públicas?, ¿Cómo había personas burlándose de esta lucha?, ¿Cómo había personas justificando y minimizando esta problemática? En fin, no lograba entender cómo este problema estructural no tenía la importancia que debería.


Entre tantos temas que rodeaban mi cabeza, sobre cómo había sido víctima de esta violencia en muchos de los ámbitos en los que me encontraba, como mis clases con comentarios misóginos, reuniones familiares con chistes machistas, los lugares donde caminaba con chiflidos y comentarios sobre mi cuerpo. Además, cuestioné diversas situaciones por las que había pasado años atrás, entre ellas, cuando a la salida del colegio un compañero me tomó del brazo y me dijo que lo besara, yo no quería pero él no entendía que no es no. Esto porque siempre el lema de que “el hombre llega hasta donde la mujer lo permite” y que siempre “cuando una mujer dice no significa sí” habían invadido nuestra educación. Así como el día que un hombre me dijo que dejara de hacer ejercicio (actividad que me encantaba) porque “se me iba a hacer un cuerpo de hombre” justificando su comentario en que las mujeres siempre debemos ser finas y delicadas. En fin, comencé una deconstrucción sobre mi realidad, cuestionando sucesos que a lo largo de mi vida que habían ocurrido y que ahora podía entender que no estaban bien, una nueva construcción sobre todos los espacios en los que estaba. Comprendí que era un tema de todas, en realidad, una lucha de todas.


Asimismo, me replantee el rol de la mujer en la sexualidad, este en general era de servir al hombre pero algo muy marcado para mi desde pequeña era que la reputación y lo que socialmente llamamos “virginidad” había que cuidarla más que nada en la vida; que el tema de disfrutar era prácticamente prohibido para nosotras ya que, de lo contrario, perderíamos el valor como mujeres. Que teníamos que entregarle nuestros deseos, placer y sobre todo la “virginidad” al “hombre indicado”; esta concepción siempre me llenaba de culpabilidad y vergüenza. Después de cuestionar esto, me di cuenta que el tema de la libertad sexual también es un tema muy importante por el que hay que luchar, luchar contra esta imposición social de delicadeza, sumisión y represión.


La normalización e interiorización de conductas tales como cocinar, hacer las labores del hogar, concepciones y roles impuestos como la maternidad, delicadeza, debilidad, eran cosas que ya me incomodaban y me molestaban, porque estoy segura de que no somos y nunca hemos sido el “sexo débil”. Gracias al feminismo encontré un espacio nuevo donde puedo luchar de forma interna ya que me permite reconstruirme, pero también de forma externa, brindando un ámbito de lucha, de expresión, de no tolerancia, de hacer lo personal algo político y de unirme con otras que comparten esta lucha. Aunque todas tengamos cadenas diferentes, luchamos de manera conjunta por alcanzar un mismo fin.

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