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Renee Goust, México

¨La respuesta siempre era “porque tú eres mujer.” Yo bien jovencita e inocente siempre preguntaba: “¿Y eso qué tiene que ver?”.

Ilustración de Samantha Zothos, México.


“Porque tú eres mujer” me respondía mamá.

“Porque tú eres mujer” me respondía papá.

Cada vez que les preguntaba ¿por qué mis hermanos podían decir malas palabras y yo no? o ¿por qué tenían permiso de llegar más tarde de las fiestas que yo? o ¿por qué sus labores caseras eran más sencillas? La respuesta siempre era “porque tú eres mujer.” Yo bien jovencita e inocente siempre preguntaba: “¿Y eso qué tiene que ver?”.


Mamá siempre tuvo “carácter fuerte”. Fue ella quien le pidió matrimonio a papá después de unos meses de noviazgo. Mi abuela (su madre), nacida en 1931, se casó a los 30 años de edad por decisión propia y esperó 3 años antes de tener hijes. Vengo de un linaje de mujeres mexicanas fuertes, pero eso no quiere decir que hayamos crecido libres de las garras del patriarcado. Tanto mi abuela como mi madre se creyeron el mito de la belleza y la cisheteronorma y me fue transmitido desde muy joven. Tengo claros recuerdos de que en tercero de primaria, aunque me enorgullecían mis logros artísticos y académicos, en el fondo había también absorbido estándares hegemónicos y eurocentristas que me hacían sentir “una niña inteligente, pero fea.”


Recibí desde chica muchas advertencias sobre mi cuerpo, sobre cómo engordaría “si no me cuidaba”, sobre cómo terminaría pareciéndome a mi tía Nachita que era “demasiado nalgona”. Hoy, a mis 33 años, no me parece ninguna sorpresa que esa programación me haya llevado a tener un período de vomitar todo lo que comía en la secundaria. Recuerdo mirarme al espejo de perfil, alzarme la camiseta y meter la panza para ver cual debería ser mi meta. Hoy veo fotos de mí a esa edad y me asombro de lo distorsionada que estaba mi auto-imagen. Tenía apenas 14 años. Era flaquísima. Años después, reemplacé este comportamiento por el de comer sólo una vez al día e irme al gimnasio a correr hasta casi desvanecerme.


En la prepa me empezaron a atraer las niñas y tuve mi primera novia. No me alcanzan los renglones para describir a detalle el nivel de abuso emocional y psicológico que sufrí a consecuencia de mi salida del clóset. Pero me basta con decir que la homofobia y la violencia son también armas del patriarcado, y que durante mi adolescencia sentí de manera directa sus efectos.

Durante la universidad recibí innumerables acosos y actos de agresión sexual. Recuerdo con especial trauma un incidente en el cual un hombre me acorraló dentro del último asiento de un autobús vacío, se sacó el pene y se masturbó frente a mí hasta venirse en el piso. Tuve mucho miedo de reaccionar mal y ser agredida físicamente. Simplemente guardé silencio, volteé la cara, y miré hacia fuera mientras escuchaba sus nefastos sonidos de placer. Después como si nada pidió la parada y se bajó en la siguiente esquina. Eran las 6:30 am de un día entre semana. Yo iba a mi clase de armonía tradicional de las 7 am. Tenía 19 años.


Ese mismo año, uno de mis “mejores amigos” me ofreció un aventón a mi casa después de una larga fiesta. Yo estaba pasando por un difícil, rompimiento con una novia, y él aprovechó mi vulnerabilidad emocional y mi ebriedad para decirme que yo no estaba sola, que él me quería mucho. Me ofreció un abrazo de consuelo mientras yo lloraba, luego una caricia en la mejilla, en el muslo, y poco a poco me quitó ropa mientras yo borracha y confundida no lo supe detener. La siguiente semana el muy sinvergüenza me mandó preguntar por qué le había dejado de hablar.


Meses después, otro “amigo” me puso algo en la bebida. Era apenas mi segundo trago de la noche y yo estaba a punto del desmayo. Me reproché durante mucho tiempo haberme olvidado el consejo de mamá de nunca aceptar una cerveza abierta o un trago ya servido. Por suerte, una amiga me llevó a casa de inmediato esa noche y me salvó de que el incidente pasara a mayores. Fue inmensurablemente valioso contar con esa compa a quién pude decirle que no me sentía bien. Tengo muy claro qué hubiese pasado si esa noche yo hubiese estado sola en esa fiesta.


Un año después, un ahora-conocido baterista de indie rock mexicano me invitó a colaborar en una canción. El día que ibamos a “ensayar” me ofreció unos tragos “mientras la banda llegaba.” Me tomé sólo 3 cervezas. Todavía no logro entender cómo fue que tuvimos sexo en su sillón esa noche. Era 10 años mayor que yo. Nunca sentí ningún tipo de atracción por él. Sólo recuerdo su insistencia cuando le volteé la cara, cuando le dije “no quiero”, y mi miedo a “verme muy mamona” cuando él “se estaba portando tierno”. Me sentí tan confundida y tan tonta todo el camino que manejé desde su casa hasta la farmacia a comprar la píldora del día siguiente. Tenía 20 años. Sobra decir que la banda nunca llegó al “ensayo” y tampoco hubo colaboración.


El machismo también se infiltró en mis relaciones amorosas durante mis veintes (celos extremos, violencia verbal, empujones), y en mis decisiones laborales. Siempre me fue increíblemente difícil pedir aumentos, aún a sabiendas de que lo merecía y me consideraba una empleada muy valiosa, responsable, etc. También me enojaba el poco respeto que me tenían mis compañeros hombres al ser yo su superior, pero no lograba hacerme respetar por ellos como tal. Siempre supe que era un tema de género ya que los chicos entre ellos se ayudaban pero a las mujeres sólo podían o piropearnos o hacernos el trabajo más difícil.


Quiero dejar en claro que durante todos esos años yo no me consideraba una chica sumisa. Siempre fui respondona y de lengua rápida, de modos norteños bien marcados, de raparme la cabeza a medias, y muy dada a cuestionar y criticar comentarios de evidente misoginia. Lo que me faltaba era poder nombrar al enemigo, y muchas armas para combatirlo.


En el 2014, fui invitada a cantar en una clase a nivel doctoral impartida por la Dra. Elizabeth Maier llamada “Otredad y Género”. Relevante al tema de “otredad”, les compartí mi canción “El patriota suicida” que aborda el tema de migración, pero lo más valioso de la experiencia fue poder estar sentada entre les alumnes y escuchar la cátedra. Esas tres horas cambiaron mi vida por siempre. Me sentí profundamente conectada y comprometida con el movimiento. Sentí una avalancha de emociones, como si hubiese por fin encontrado mi lugar en el mundo. Leí en semanas subsecuentes algunos clásicos del canon de literatura feminista y empecé a expresarme de manera más atinada, más segura. Me supe informada, libre de pensamiento, poderosa.


En el 2016, escribí mi primer canción feminista, “La cumbia feminazi”. Subí a internet un video de mí tocándola y de inmediato se viralizó. Un año después la versión de estudio corrió con aún más fuerza y me conmovió hasta los huesos saber que mujeres en toda Iberoamérica se conectaron con el mensaje. También ellas habían sido víctimas de violencia, y cansadas de soportarlo, habían sido llamadas “feminazis”... sólo por alzar la voz.


El feminismo me cambió la vida. Me faltaba ver que hay millones de mujeres en el mundo que saben que no tenemos por qué tolerar el abuso, que están de acuerdo en que no lo merecemos, que están luchando por nuestro bien colectivo. El feminismo destoxificó mis relaciones interpersonales, me enseño a decir “no”, a poner límites sanos. Gracias a todas las mujeres que lucharon antes de mí, hoy puedo decir con orgullo mi verdad. Puedo decir con confianza que soy tan nalgona y tan hermosa como mi tía Nachita, que soy compleja, que vivo con depresión y ansiedad, que yo no soy culpable de las violencias que he recibido y que tampoco debo avergonzarme de ellas, que soy pansexual, que soy cuir, que soy feminista interseccional, que ningún macho va a limitarme y que si lo intenta me sabré defender, que vengo armada de amor propio y que estoy lista para esparcir mi mensaje de amor a través de mi música.


Cuando era niña, escuchar las palabras “Las mujeres no deben...” o “No se ve bien cuando una mujer...” o “No, porque tú eres mujer” encendía mis alarmas de alerta de peligro. Hoy, sé que eso que sentía se llama feminismo y creo que todas las mujeres nacemos con ello, ya que considero que el género es un constructo social que se nos impone, y que nuestra equidad es innata. Que a punta de violencias (sutiles y agresivas) se nos logre hacer creer lo contrario a temprana edad, es el problema, y es el motivo por el cual escribo este relato.


Si estás leyendo esto y todavía no eres feminista: Te invito a abrir los ojos, amiga. Tu bienestar depende de ello. Una vez que los abras, sin importar a donde mires, se desdoblará frente a ti la verdad. Te tienes a ti y nos tienes a todas.


“Porque tú eres mujer” tomo mi guitarra.

“Porque tú eres mujer” saco mi libreta y nos escribo una canción.

“Porque tú eres mujer” alzo, y alzas, y alzamos todas nuestras voces, nuestras millones de hermosas, diversas, fuertes, sensibles, y coloridas voces que son un sólo grito pidiendo igualdad de derechos y oportunidades, una vida sin violencia machista, y libertad.



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