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Patricia González, México

"Quitarme la venda de los ojos tuvo un cambio reparador, me sentí en mi elemento y fue cuando comencé a decirme feminista: para saber lo que era, para anunciar lo que siempre había sido..."

Ilustración de Araceli Figueroa López, México


Yo nací en un ambiente donde el rey de la casa era todo. Mi papá, mi hermano, mi sobrino en la cumbre y alrededor todas las tías, primas, sobrinas, abuela haciendo el ritual de pleitesía. Crecí en guerra, trabajé para ganar mi propio dinero, me dediqué en cuerpo y alma al estudio, ejercí mi sexualidad libremente, enojona, respondona, gritona e incómoda para todos los miembros de la familia. Nunca supe lo que era el feminismo hasta los veinticinco, aun así, yo no me decía feminista. Yo supe que lo era algún tiempo después, cuando una gran amiga me llevó a una ponencia de la maestra Elizabeth Vivero en instalaciones de la Universidad de Guadalajara. Ese momento se sintió como quitarse una bolsa de papel de la cabeza y comenzar a respirar bien.


Cuando llegamos me sentía fastidiada, pensé que iba a ir a una sesión de lloriqueos de señoras que se sentían sensibles. Estaba demasiado equivocada. Las cosas fueron sumamente envolventes desde el inicio. Un espacio libre, donde todas podríamos hablar, íntimo e incluyente fue lo que me encontré. Se intercalaban los sentires y las reflexiones, se me aclararon las ideas al pasar los minutos. Supe lo que significaba ser mujer, trabajar, exigir mi espacio para hablar, que respetaran mis opiniones. Llegó como por iluminación saber que era feminista y la que iba a llorar era yo. Nunca me había sentido tan identificada y tan avergonzada, la machista también había sido yo. Se cerró la sesión, muchas dieron sus agradecimientos y yo pedí la voz naturalmente, sin adjetivos que pudieran salir de una voz machista en mi cabeza, como: loca, presuntuosa, chillona, etc. Naturalmente dije: hoy me di cuenta que soy feminista y no lo sabía, gracias a ustedes.


Salimos riendo del lugar todas las amigas, compañeras y, ahora, hermanadas por el secreto de la complicidad. Caminamos hasta Chapu, la zona de bares, para ir a tomar el camión de regreso a casa. Al ir avanzando, todo parecía desenrollarse en mi mente: la luminosidad de las casas, el resplandor de las flores, la sensación del aire en la cara, todo me hacía volar la mente, me sentía libre. Quitarme la venda de los ojos tuvo un cambio reparador, me sentí en mi elemento y fue cuando comencé a decirme feminista: para saber lo que era, para anunciar lo que siempre había sido; me había encontrado a mí misma. La cara de mi mejor amiga denotaba satisfacción pues ella era feminista desde hacía mucho y se moría por compartir conmigo esa sensación en el alma. Todo iba viento en popa, felicidad, tranquilidad, sublevación ante las actitudes machistas, todo con la sensación de quien flota en las nubes. Mi mejor amiga y yo nos sentimos hermanas profundas, nos amábamos de una forma que nunca pensé sentir, profundamente en agradecimiento y complicidad. Juntas, luchadoras incansables de un mismo frente.


Han pasado cinco o seis años de eso, mi feminismo ha cambiado, el feminismo de mi mejor amiga también. La vida nos ha separado y llevado por caminos diferentes, así como los caminos de las compañeras de escuela que fuimos a aquella ponencia. Aquellas niñas inexpertas, asustadas, intrigadas o fastidiadas. Hoy, con las redes sociales, me entero y me siento satisfecha, todas son reinas de su vida, sultanas de sus decisiones y directoras creativas de su forma de vida. Viven con el cabello suelto, siempre dispuestas a ayudar a reflexionar a amar la existencia. Las veo activistas, escritoras y las percibo artistas, soñadoras, libertadoras. Son profesoras de una nueva forma de existencia. Las veo poderosas y me siento flotar de nuevo. Me miro a mí, veo mi camino recorrido y me abrazo para reconfortarme, también estoy aquí luchando desde mi frente, siendo yo. Esta existencia con perspectiva femenina me ha llevado a buenas aguas, aguas tranquilas, lejos de mi familia opresora y cerca de una pareja solidaria con la que comparto una filosofía de vida, de mis amigas amazonas en la jungla de metal y de una tranquilidad emocional que jamás creí conseguir.


Pero no todo es miel, sigo luchando, aunque duela. Peleo por la equidad, por no mirar desde algún privilegio, por ser solidaria y ser un apoyo para mis hermanas del mundo, pero principalmente ser escalón o descanso de aquellas que tengo a mi alcance.

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