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Olga Valle López, Nicaragua

"Ser feminista para mí es apostar por la vida, pero no la que nos quiere dar este sistema de despojo, sino una vida con dignidad, una vida sin violencia."

Ilustración de Noctamy, México


Para empezar a escribir este relato me pregunté ¿Qué es ser feminista? O más bien ¿Qué es ser feminista para mí?

Ser feminista para mí es apostar por la vida, pero no la que nos quiere dar este sistema de despojo, sino una vida con dignidad, una vida sin violencia. Es el cuido amoroso y con ternura, pero también es la digna rabia y la rabia más digna, esa rabia de no poder decidir, esa rabia de siglos de silencio y dolor, esa rabia de estar incompletas porque nos faltan las que se nos llevaron.

Y es de mi rabia más digna de la que quiero contarles en este relato. Era Managua 2005. Estaba sentada sobre el escritorio en el que trabajaba mi mamá, por el calor que recuerdo eran como las 5 de la tarde. Enfrente, en una silla roja de plástico, estaba mi prima Ana Valeria. Yo tenía 14 y la Ana 21, nunca habíamos escuchado la palabra sororidad pero éramos amigas, cómplices, hermanas.

Hablábamos de cualquier banalidad, pero aprovechando que mi mama se había levantado del escritorio, la Ana bajó la voz y como si se tratase de la conspiración más grande del mundo me dijo:

- Te tengo que contar algo, conocí a alguien. Lo vi pasar por mi casa y después me di cuenta que teníamos amistades en común, nos presentaron y estamos saliendo.

Y cerró con una importante advertencia, "pero no le contés a mi tía, es un secreto entre vos y yo". Y así fue por un tiempo, buscábamos cualquier rinconcito para hablar sobre su novio que la tenía con “mariposas en el estómago”.

No sé porqué razón mi muy mala memoria decidió guardar justo el recuerdo de esa conversación. Este recuerdo saltó a mi mente dos años después, cuando estaba sentada frente al ataúd de la Ana Valeria, ese hombre que vio pasar por su casa y con quién había sostenido una relación los últimos dos años, acababa de asesinarla.

En mi familia se conocía de la violencia que ejercía ese hombre sobre ella. A mi casa llegó varias madrugadas golpeada, jurando entre lágrimas que esa sería la última vez. Pero los episodios se siguieron repitiendo, y aunque vi a muchas mujeres darle contención y ternura en los peores momentos, también recuerdo que muchas veces pensamos que era responsabilidad de la Ana no poder salir de aquella relación violenta. En ese momento jamás había escuchado la palabra feminismo, pero todas sabíamos que lo que pasaba no podía estar bien.

Silenciosamente me sentía culpable y culpaba a mi familia también por no haber podido hacer "nada" por salvarla. Me comprometí con ella, mientras era enterrada, en no olvidarla nunca, ni su historia que era la historia de miles de mujeres en mi país.

Pasaron algunos años, me fui de Nicaragua, no puedo recordar el momento exacto en que pude nombrarme feminista, o en que me puse por primera vez mi pañuelo morado pero si la primera vez en que la Ana Valeria apareció en mi feminismo.

Llevaba algunos meses llamándome feminista, vivía en Chile, en un asado, había una chavala me hacía preguntas y cuestionamientos sobre el feminismo:

- ¿por qué es tan radical?

- ¿por qué odian a los hombres?


Y pacientemente intentaba contestarle porque yo también estuve en ese momento en que repetí falacias y cuestioné sin comprender lo que realmente significaba la lucha feminista. En un momento de la conversación me dijo "a mí no me termina de convencer porque para mí feminismo es como el machismo a la inversa", en ese momento solo sentí cómo se me formaba un nudo en la garganta y pude decir:

- No, no es machismo a la inversa. El patriarcado mata, y el feminismo salva vidas.

Era la primera vez que dimensionaba que el corazón de mi feminismo era aquella promesa que le había hecho a la Ana Valeria. Aquella rabia de que no estuviera con su hija, con su hijo, con mi mamá en sus últimos días, conmigo.

De pronto volví a recordar aquella plática, aquel entierro, aquel dolor inigualable del día de su feminicidio y todas aquellas culpas que en algún momento sentí.

Pero sobre todo pensé, si alguna de nosotras, las mujeres que la acompañamos con amor en varios de esos episodios, nos hubiéramos descubierto feministas en ese momento, tal vez habríamos podido comprender de que esto no era un caso aislado, una decisión irresponsable de la Ana o una etapa que ya pasaría. Pero fue años después que pude poner luz en que el origen de aquella violencia machista que él ejercía sobre ella era parte del sistema de dominación patriarcal en la que, en lugar de personas, las mujeres hemos sido históricamente objetos donde otros (especialmente otros hombres) pueden decidir sobre nuestros cuerpos, nuestros derechos y en el peor de los casos, sobre nuestras vidas. Pude ponerle luz a que esto no empezaba ni terminaba en la Ana Valeria.

Muy bien han dicho las compañeras que una se hace feminista con su historia, y aunque esta no es toda mi historia ni la única forma en que yo o mujeres a mi alrededor hemos vivido en nuestro cuerpo la violencia machista, es la rabia la que me hizo apostar por el feminismo como la única forma de salvar vidas y vivir con dignidad.

Cada 8 de marzo he escrito tu nombre en mis pancartas, por vos Ana, no es consigna es el compromiso más profundo: ¡NI UNA MENOS!

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