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Nina, Nicaragua

"... tampoco es que una se nombre feminista como acto inconsciente; no amaneces un día sintiendo que hace un buen día para ser feminista, sabiendo que los dardos del mundo que te rodea apuntarán contra vos. "

Ilustración de Nadiuska de los Ángeles Ruiz Martínez, Nicaragua


Escribir siempre me resulta un acto difícil porque lo reconozco como algo muy íntimo y conozco cuán vulnerable se puede estar frente a quien te lee, si lo escrito es fiel a tu propia historia.


Escribir, ya es un relato de cómo ha sido nombrarme feminista, porque estoy consciente que la fuerza para expresarme por escrito me la ha devuelto el feminismo.


Escribir, siempre me conecta con recuerdos de la niñez y la adolescencia, porque fue exactamente escribiendo como experimenté por primera vez el que me robaran la voz y me arrebataran la seguridad en mí misma, cuando leyeron mi diario en voz alta, en un círculo familiar, para reprocharme lo que yo decía sentir ahí. Y es que las y los adultos no saben, o nos olvidamos temprano, que en esos pequeños actos que buscan “corregir” invadiendo, humillando, haciendo burla en charlas familiares y otros círculos, sobre las más pequeñas y pequeños, se deposita más que sólo el recuerdo de que invadieron tu intimidad, a mí ese día, se me instaló una culpa por sentir, con la que me tocó lidiar. Y es que si no estás atenta a vos, mujer, ya construida “originalmente” para ser culpable, inevitablemente te vas a conectar con constructos que buscan reducirte, callarte; y una termina por creerse que es cierto, que no tiene nada importante que decir, porque eso es lo que les hicieron creer a tus abuelas, tus tías, a tus mujeres.


Revisar qué me hizo feminista, y cómo llegué al feminismo, es una pregunta que ya me ha saltado en más de una ocasión, porque tampoco es que una se nombre feminista como acto inconsciente; no amaneces un día sintiendo que hace un buen día para ser feminista, sabiendo que los dardos del mundo que te rodea apuntarán contra vos. Lo que sé es que al feminismo me trajo mi propio cuerpo, lo que de este me conecta con otras mujeres, las mujeres que me inspiran y el profundo dolor que siento por la tierra en la que vivo.


Llegué al feminismo porque desde bien niña me incomodaron los problemas que me orbitaban. Mientras que la mayoría de mis amiguitas no sabían leer, ni escribir, el “privilegio” de ser hija de una profesora me llevó temprano a la lectura. Por esto, empecé enseñando a leer y escribir a otros niños y niñas con las que jugábamos a la escuelita en las polvosas tardes de Ciudad Sandino; una promotora de cierta organización convirtió eso en una metodología de enseñanza de niño a niño. Esa fue mi primera vez que aporté algo importante, para mí era un juego.


Prontamente, cerca de los 14 o 15 años, el “medio ambiente” captó toda mi atención; que el problema de la basura, que nos estábamos quedando sin bosques, que las empresas contaminantes, que la corrupción que rodea la gestión de los recursos naturales. Y por supuesto que, viniendo del barrio del que provengo, en ciudad Sandino siempre fue “muy común” ver a las chavalas embarazadas antes de los 18. En algún momento me encontré voluntariando para la prevención del embarazo temprano en otras chavalas, como yo. Formé parte de una campaña nacional de salud sexual y reproductiva cuando yo rondaba los 16 o 17 años; fue toda una experiencia, y también fue de las primeras veces que viví el acoso de un hombre adulto, funcionario de una ONG.


Mientras vivía eso, también intentaba lidiar con los siguientes planes: si seguía y terminaba la escuela o me salía en ese momento de estudiar, si empezaba a trabajar para ayudar más en la casa, porque por supuesto todo hacía sentir que, lo que yo ya daba (cuidados y trabajo doméstico) no era suficiente. ¡maldito sentimiento impuesto a las mujeres!


Tuve suerte, pues mis primeros activismos me rodearon de gente que me animó y apoyó para seguir, y así, a punta de rebeldía y acuerpamiento de amigas, y gente que me amaba en esos días, llegué a la universidad. Seguí preocupándome por los problemas que me rodeaban y pronto los problemas se ampliaron y cuando la necesidad de un mundo justo se me hizo evidente, no hubo retroceso. No es ético no reconocer que el mundo es desigual y que las que llevan la peor parte somos las mujeres, basta con mirarlo en tu mamá, en tus hermanas, en las mujeres que forman parte de tu vida, basta con vivirlo en tu propio cuerpo.


La necesidad de que se ponga énfasis en las vidas y experiencias de las mujeres, también me llevó al feminismo. El explorar mi relación con el cuerpo, con otras mujeres, el sanar los dolores con mi madre, mi abuela y todo mi linaje femenino, me hizo feminista. Mi relación con la tierra, con los saberes de mis abuelas y de otras mujeres que gentilmente han compartido conmigo su sabiduría, me hizo feminista.


El placer de rodearme de mujeres, de aprender de otras la experiencia, de motivar y motivarme la rebeldía, actuar desde el deseo, ese que tiene que descubrirse, explorarse -es posible que vivir desde el deseo propio no te lleve lejos porque el mundo no te va a dejar avanzar lo suficiente, pero vas a estar más plena, más satisfecha con vos misma-. Lo único que no me deja terminar con todo, es esa fuerza que veo en otras mujeres, y que me enseñan que yo también puedo enfrentarlo todo con mi propia fuerza.


Me hizo feminista el ejemplo de mujeres que están intentando cambiar la forma en que vivimos todas, luchando contra imaginarios culturales, posicionando la ciencia social por encima de constructos desiguales en los que el poder es un arma amenazando la vida de las mujeres. Me hizo feminista la cantidad de relatos de niñas, adolescentes y mujeres que me tocaron escuchar cuando buscaban apoyo, porque producto del abuso sexual de su papá, de su vecino, de su primo, del abuelo, estaban embarazadas. Me hizo feminista el ataque a la Rosita por desear abortar y a las mujeres que la ayudaron.


El feminismo salvó mi vida, salvó mi relación con las mujeres de, y en mi vida. Me alivió la carga de dolores que no entendía, que tenían una profunda raíz patriarcal, pero yo abrazaba como propios; la necesidad de encajar, la necesidad de gustar.


Yo no era feminista, pero cuando mi padrastro abusador, me quizo también golpear, lo enfrenté y le grité que no tenía ningún derecho; sólo tenía 12 años. Yo no era feminista, pero viví la horrible experiencia del abuso sexual y aprendí lo suficiente de ella para acompañar a otras chavalas que pasaban por lo mismo, hoy sigo acompañando/nos. Yo no era feminista, pero el abuso sexual también me enseñó por qué es importante que el aborto sea un derecho disponible a las mujeres, que tanto el aborto, como el embarazo es la decisión sobre el propio cuerpo y el diseño de la propia vida. El feminismo me enseñó que hay más razones importantes sobre esa decisión y que no hay “instinto maternal” que no sea construido.


Yo no era feminista, pero mi abuela encendía las luces de la casa cuando escuchábamos gritos de mujer en la calle durante la madrugada y lanzaba gritos de protesta cuando el vecino golpeaba a nuestra vecina, y yo me sentía orgullosa de eso.


Yo no era feminista, pero desde temprana edad decidí no tener hijos porque ya me dolía la tierra, pensando en la cantidad de recursos que le demanda cada humano aquí, me pasaba mucho tiempo pensando en cómo las tareas de la reproducción eran tan desigual para las mujeres.


Yo no era feminista, pero aprendí de mi abuela que tengo la sensibilidad para escuchar y aprender del cuerpo; me enseñó a identificar malestares en él, que las plantas y el amor lo curan, que se habla con ellas y también con el cuerpo.


Yo no era feminista, pero ahora la solidaridad, sobre todo con las mujeres, es una práctica consciente en mi vida.


Yo no era feminista, pero la primera mujer con la que me vivo reconciliando, es conmigo misma, con mis versiones pasadas y con la presente.


Yo no era feminista, pero la segunda mujer con la que me vivo reconciliando es mi madre, vivo agradecida con ella porque a través de mi experiencia siendo hija, confirmé que no quiero ser madre, gracias al feminismo, cada vez le reprocho menos.

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