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Marisela Fuentes Vera, Venezuela

"...aprendo de esas jóvenes aguerridas que me recuerdan a la joven que me sigue habitando, la que aún soy dentro de este cuerpo de abuela que se enorgullece de las valentías hermosas de esta nueva generación."


Ilustración de Montserrat Espaillat Cuesta, República Dominicana

Mirar hacia atrás...

Quisiera compartir con ustedes ese tiempo de iniciación. Fueron los años en los que comenzó algo nuevo que se quedó conmigo para siempre. Un velo se descorrió para mostrarme otra manera de mirar y en ese ideario me formé junto con otras mujeres.


Esta historia se inicia en la casa familiar de La Pastora, en la ciudad de Caracas. Mamá decidió abrir sus puertas los sábados por la tarde para propiciar un encuentro entre libros e historias de vida. Se la veía contenta organizando este círculo de mujeres e ideas. Ordenaba el lugar cuidando los detalles, vestía la gran mesa del comedor, los libros a un lado, luego colocaba la merienda que había preparado para recibir a las integrantes del grupo de lectura. Se percibía en el ambiente el entusiasmo que producía cada encuentro, la posibilidad del intercambio desde el “nosotras” nos convocaba para cerrar juntas la semana.


La idea había surgido durante las sesiones en la que ella y sus amigas se dedicaban a leer la nueva bibliografía feminista que llegaba a la ciudad y que las tenía deslumbradas con sus planteamientos y teorías. Ellas, dirigentes políticas desde sus años de secundaria, mujeres estudiosas y trabajadoras, leían con interés a las autoras que les invitaban nuevas reflexiones sobre el papel de las mujeres en todos los ámbitos de su participación y desarrollo. Sus cuestionamientos y rebeldías encontraban respuestas. Surgían nuevas preguntas y formas diversas de abordar los desafíos y preocupaciones que las ocupaban.


Un buen día decidieron invitar a otras mujeres, ampliar el grupo de estudio con amistades de distintas edades, oficios y profesiones. Fue así como se comenzó a fortalecer esta agrupación de mujeres. Era un espacio de intercambio, lectura, reflexión, escucha, un lugar para expresarnos. Cada sábado iban llegando las invitadas con una historia, con un libro, con algo rico preparado para compartir: Café, infusiones, pasteles y panes. Sonrisas, abrazos y saludos. Construimos un sitio acogedor e íntimo para juntarnos y conversar, lejos de las rutinas y de las tareas de la casa.


Lecturas e intercambios nos abrían mundos apasionantes que enfrentaban las creencias en las que se nos había formado. Mamá y yo nos hicimos feministas al mismo tiempo en aquellos años de tanta efervescencia. Mi novio y yo asistíamos puntualmente cada sábado. Estábamos entusiasmados con lo que sucedía en estos encuentros. Para él también se abría un panorama insospechado y muchos aprendizajes sobre las creencias y los estereotipos con los que crecimos. Se nos ampliaba el mundo y algo profundo nos iba transformando.


Cuestionamientos, descubrimientos, indagaciones, movilizaban cimientos y hacían tambalear dogmas. Los años setenta aún sentían el influjo transformador de los sesenta. Fueron años de cambios que irradiaban esperanza. La onda expansiva de un pensamiento renovador nos hacía sentir protagonistas en la construcción de un mundo donde la justicia social se impondría. Aprendí a ser mujer al abrigo de esas ideas.


Por aquel tiempo de esas reuniones en nuestra casa, yo lucía mis 19 años recién cumplidos, trabajaba como maestra de jardín de infancia, era estudiante universitaria y lectora entusiasta. El movimiento feminista internacional resurgía con nuevo ímpetu; argumentos y propuestas se propagaban de país en país.


Los efectos de este pensamiento socio cultural impregnaban cada esfera de un amplio entorno y llegaban, con una lucidez luminosa hasta estas ciudades, impregnando la vida de un sector de sus habitantes. Mi padre y hermano miraban distantes, sin opinar, sin preguntar. Estuvieron indiferentes a este proceso que ocurría en casa.


Nuestra biblioteca, la mía y la de mi madre, se comenzó a llenar de las voces representativas de estos discursos. Autoras que nos estimulaban a pensarnos, a reflexionar y a transformar nuestras vidas cotidianas, familiares, personales y profesionales: Una Habitación Propia de Virginia Woolf, El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir, Los Diarios de Anais Nin.; títulos y títulos pasaban de mano en mano con avidez. Una amplia literatura se desplegaba ante nosotras. Fuimos privilegiadas al tener esta oportunidad.


El intercambio sobre estos temas era cotidiano. La revisión de prácticas y acciones era parte de este proceso de intentar comprendernos y entender cómo operaba esa socialización que nos limitaba. Pude ver a la mujer que era mi madre descubrirse y renacer con entusiasmo creativo. Dejó de militar en el partido político del cual era dirigente y se unió a la lucha en el movimiento de mujeres con acciones concretas que lograron cambios favorables. Aún la recuerdo en el primer discurso que se atrevió a decir “Soy feminista y estoy orgullosa de serlo” luego de lo cual expresó los argumentos y propuestas del asunto que las convocaba en ese encuentro.


Hemos de recordar que había en paralelo y a contracorriente un discurso estereotipado y descalificador contra las feministas. Se necesitaba valor para enfrentar las acusaciones que se lanzaban a diestra y siniestra contra las mujeres que luchaban en la defensa de sus derechos. En ese tiempo mi madre se separó de nuestro padre, había soportado una unión que le producía infelicidad. Dio pasos valientes en su trabajo político y en su vida personal.


En el año 1975, se realizó en Caracas el Congreso de Mujeres en el que participaron militantes de los distintos partidos políticos y muchas organizaciones sociales. Luego el Primer Congreso de Mujeres Industriales y Artesanas. Jornadas y eventos se sucedían en ese año. Participamos en mesas de trabajo, conferencias e investigaciones. Se diseñaron planes, acciones y propuestas audaces pero realizables. Ese año marchamos el primero de mayo, día de quienes trabajamos; y lo hicimos como feministas. Conservo una foto de ese día, y las emociones quedaron guardadas en un lugar especial de mi ser. Proliferaron organizaciones, revistas, publicaciones, teatro callejero, Casas de la Mujer en muchos barrios y modificaciones de la constitución que se lograron gracias a las presiones de las organizaciones feministas. La hermana menor de mi madre creó el grupo Conjura en la Universidad Central de Venezuela con dos publicaciones que denominaron Una Mujer Cualquiera y Mujer tenía que ser. Otras jóvenes crearon el grupo Persona, otras mujeres el grupo Miércoles. Era un tiempo de efervescencia y creación, de luchas por reivindicaciones concretas.


Las estanterías y tramos de las librerías y bibliotecas contaban con muchos y diversos títulos con estas temáticas, al punto de existir un área para tan amplia bibliografía. Se luchó y se logró la Secretaría de la Mujer adjunta a la Presidencia de la República y luego el Ministerio de la Mujer, Cátedras en algunas universidades y la discusión constante de los temas relevantes en todas las áreas. Se iban sucediendo algunos logros como resultado del trabajo incesante en esa dirección.


Estudiosas, investigadoras, ensayistas enriquecían el acervo bibliográfico. Esa historia está registrada en la historiografía del movimiento de mujeres del país y la podemos conseguir en distintas publicaciones. No es la idea en este breve relato dar los datos exactos, lo que deseo es ofrecer un bosquejo general del ambiente y del escenario que me rodeaba en esa década. Recuerdo que uno de los acuerdos que hicimos en aquellas reuniones de los sábados fue el de dedicarnos a investigar sobre esta temática en nuestras distintas profesiones, y lo cumplimos. La mayoría de nosotras realizamos nuestras investigaciones de tesis de grado y maestría sobre distintas temáticas de la situación de la mujer, investigaciones con perspectivas de género.


Si alguien me preguntara cómo y cuándo me hice feminista, podría decir que comenzó en esos años de las reuniones sabatinas en mi casa materna. Fue ocurriendo de una hermosa manera a través del encuentro solidario con otras mujeres que al igual que yo intentábamos conocernos, comprendernos, escucharnos y crecer juntas. Una no nace feminista, las circunstancias de inequidad, desigualdad e injusticias que nos rodean conducen a reflexiones y acciones. Nos situamos frente a los hechos con toma de consciencia y con una postura ideológica. El feminismo, además de movimiento sociocultural y corriente filosófica, es una perspectiva de análisis, una metodología para investigar. Como educadora y como persona esa ha sido desde entonces la perspectiva desde la cual miro lo que me rodea y desde la cual he ejercido mi profesión.


Nos acompañaron en ese proceso, las palabras, las acciones fraternas, la risa, las lágrimas, el cuidarnos y apoyarnos en las distintas etapas de la vida; las lecturas de ensayos, investigaciones y la literatura, la música, las artes y las ciencias, los hallazgos y las equivocaciones; el contacto con nuestro cuerpo, con las emociones para descubrirlo y con la práctica cotidiana. El feminismo como corriente filosófica, como movimiento político es y fue ese impulso que nos permite otra mirada de la realidad y de las subjetividades. Es una filosofía que guía mis acciones. -Nos hemos formado desde la escucha y el respeto. Conocer todas las tendencias del feminismo como movimiento emancipador nos abre el abanico de la diversidad de realidades que coexisten. Es natural que lo integren distintas corrientes y planteamientos. Es tan diverso como son las necesidades y condiciones socioculturales y humanas.


Han pasado muchos años desde esas reuniones del grupo de lectura en el que nos iniciamos mi madre y yo. Soy una feminista convencida que ha intentado hacer coincidir la teoría con la práctica, lo cual no siempre resulta fácil. Soy hija de una feminista y hoy día soy a la vez madre de una feminista. Nos sabemos herederas de un pensamiento y unas luchas que han transitado muchas mujeres a lo largo de muchas épocas.


Hemos tejido una red de amigas solidarias. Nos sostenemos y acompañamos. Es doloroso que aún persistan las terribles violencias e injusticias que hacen impostergables estas luchas. Podemos apreciar algunos pasos de avance en ciertos sectores privilegiados y muchos retrocesos profundos. Seguimos enfrentando, con preocupación e impotencia, problemas terribles del mundo, como la trata de personas, la esclavitud sexual, los abusos, los feminicidios, maltratos hacia mujeres, niñas y niños, las tantas tragedias que imponen las guerras y las violaciones en el mundo entero y que subsisten en cada rincón de este planeta azul.


Sufrimos ante la imposibilidad de impedir la tragedia de mujeres y niñas afganas, y las de todas, que se suceden en cualquier rincón del planeta, sufrimos ante cada muerte y desaparición violenta e injusta, ante la pobreza, la inequidad, los condicionamientos que limitan el desarrollo, la paz y la convivencia sana y respetuosa de las personas. Por estas y por tantas otras razones es por la que soy desde mi más tierna juventud una mujer que se dice feminista, humanista, pacifista.


Hoy vivo en la ciudad de Buenos Aires, aquí resurge un movimiento fortalecido que despierta al mundo con exigencias, reclamos y protestas. Una ola inmensa, de nuevas voces, con tambores, cantos, consignas, pañuelos verdes, moviliza a un sin número de personas que se revelan y se resisten a que continúen las muertes, las violaciones, desapariciones y cualquier tipo de injusticias. Las escucho y aprendo de esas jóvenes aguerridas que me recuerdan a la joven que me sigue habitando, la que aún soy dentro de este cuerpo de abuela que se enorgullece de las valentías hermosas de esta nueva generación. Con sus canciones y pancartas, con sus batallas cotidianas nos ofrecen un aire de renovada esperanza.


Hay que levantar las voces que reclaman justicia, se lo debemos a las que sufren en el anonimato, a las que ya no están, a las que han muerto, a las que quemaron en la hoguera acusadas de brujas y a las que aún, acorraladas e indefensas, no logran encontrar salidas del infierno que sufren. No somos brujas, ni santas, solo personas que reclaman ser tratadas como tales. Busco la manera de estar con ellas y de crecer a su lado. Es un compromiso ineludible esta marea que nos impulsa a exigir justicia y equidad.

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