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María Laura Coello, Ecuador

"...al preguntarme desde cuándo me acerqué al feminismo todas las respuestas giraban en torno a mi madre. Ella, sin saberlo, fue una de las razones para que me adentrara en un proceso de lucha por los derechos, no sólo míos sino de todas, todos y todes”.

Ilustración de Dani Carrión, Ecuador


Era una mañana de marzo, acompañada de un sol veraniego. Aquel día, mi madre y yo decidimos acostarnos en el césped, al lado de unas orquídeas amarillas. Nos pusimos a hablar de la vida, de los sueños que quisimos cumplir, de aquellos que se fueron con el paso de los años y de los que aún viven en nosotras. Aprovechamos ese espacio para sanar viejas heridas y construir nuevos vínculos. Recuerdo que me comentaba, con sus ojos brillosos, el haber querido viajar por el mundo y hacer voluntariados, pero que por miedo lo pospuso, y una vez casada ya todo eso terminó. Hubo un silencio de por medio y enseguida ella intentó cambiar el tema, me preguntó que cómo me veía yo en unos años. La verdad es que no tuve tiempo para responder, mi madre misma se adelantó y dijo: ¨yo te veo siendo una persona libre, ni de aquí ni de allá¨. En ese instante, sólo sonreí porque era justamente lo que pensaba.


En el proceso de introspección que inicié, al preguntarme desde cuándo me acerqué al feminismo, todas las respuestas giraban en torno a mi madre. Ella, sin saberlo, fue una de las razones para que me adentrara en un proceso de lucha por los derechos, no sólo míos sino de todas, todos y todes. Fue gracias a esa pajarita, como le dicen amigos y familiares, que entendí lo dura que podía ser la realidad para algunas mujeres. Cuando era pequeña, le acompañaba a sus visitas domiciliarias, parte de su labor como trabajadora social, recorríamos juntas el país, mientras ella abordaba temas como la explotación sexual en los más remotos rincones de nuestra nación. Ahí me contagié de su pasión por devolver sueños a niñas, quienes habían sido víctimas de diversas violencias, entre ellas, enfrentarse al

sistema ecuatoriano, indolente a las injusticias.


Descubrí en ese camino los privilegios de los que había gozado, en principio, porque no pertenecía a la monstruosa cifra de mujeres violentadas. Aun así, siento cuán difícil fue empezar a salir de esa estructura patriarcal, dominante. La podía ver en todos lados, yo misma me sorprendía al reflexionar sobre lo adoctrinada que estaba. Yo también, en algún momento, me sometí a un prototipo de ¨mujer ideal¨ para encasillar, para servir al dueño del circo en el que estábamos. Por suerte, a finales de mi época de colegio, tuve la dicha de coincidir con personas que abrieron incluso mucho más mi panorama. Comprendí que para denominarte mujer no necesitas fundamentarte en hechos biológicos, todo es una mera construcción social, inmersa de estereotipos y prejuicios, ¿verdad mi querida Beauvoir?


Vi el reproche latente que existía a todo lo que se alejaba del prototipo de mujer heteronormada. ¿Cómo puede existir una mujer que no quiera ser madre? como si el instinto maternal viniera por mera naturaleza. Todo lo contrario, es una decisión, decisión que en ese entonces, y aún hoy en día, no la he querido tomar.


Así, poco a poco, empecé a salir de esa burbuja a la que nos someten desde el día en el que nacemos. Pero no fue sino hasta en el 2016, cuando tenía 21 años, que observé y fui partícipe de mi primera marcha feminista. Un grupo de mujeres gritaban anhelos y tristezas. Las historias de Cristina, Yadira, Angie o Emilia al igual que de cientos más, hicieron que vea nuevamente la injusticia que nos ha rodeado e impera hasta la actualidad. A partir de ahí, no pude seguir cerrando los ojos, comprendí que la sangre derramada en los cuatro ríos de Cuenca no se iban a limpiar solos. Supe finalmente que había que cambiar la realidad.


Hoy a mis 25 años, ya casi 26, sigo teniendo el deseo que un día una mujer a quien llamo mamá me inculcó para cambiar a la sociedad. La verdad, es que no importa con qué movimiento lo quieras hacer, siempre y cuando tu propósito sea mejorar y respetar la vida de cada uno de los seres humanos. Yo lo estoy haciendo a través del feminismo, porque ahí crecieron mis alas. Llámenme soñadora, pero sé que un día ejerceremos todos los derechos que nos pertenecen y que la ley los establece. Y allá en un lejano futuro esta lucha no habrá

sido en vano; mi sobrina al igual que otras niñas, crecerán libres, sin miedo ni ataduras.

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