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María Jesús Silva Rozas, Chile

"Sin ninguna certeza escribo, pero con el objetivo de romper el tabú del aborto, para que juntas abortemos ese patriarcado que tanto nos ha dolido."

Ilustración de Camila González Pizarro, Chile


“Tengo ganas de salir con carteles a la calle

y encontrarme en multitudes para cambiar la vida”

Julieta Kirkwood, 1987

8 de marzo de 2020.

Hace semanas me ronda una pregunta prestada de unas compañeras: “¿Cuándo y cómo me hice feminista?”. La respuesta es reciente: mayo, 2019, o, ‘el día que aborte’.


Un aborto natural llamado 'embarazo anembrionario'. Todo fue en una clínica, acompañada por nuestro círculo más cercano, en un espacio seguro, con información y procedimientos claros y respetuosos. Ese día, todo sonaba natural y razonable en nuestras cabezas. Se estima que en Chile, me decían, una de cada cinco mujeres ha experimentado un aborto natural por distintos motivos, y que por eso no debía angustiarme ni sentir temor, ya que lo que estaba viviendo era un proceso completamente normal y esperable dentro de las tasas de embarazo locales. Pero me estremecí. El cuerpo se me llenó de dolor y la cabeza de preguntas...


Primero. La información robada.

¿Qué me estaba pasando?, ¿cómo era posible que no conociera un procedimiento ‘tan común y natural’?, ¿a qué clase de educación sexual falté, que no recordaba haber escuchado y no sabía lo que estaba viviendo?, ¿en qué conversación de bar no estuve?, ¿por qué me privaron de conocer este dolor?, ¿por qué nos robaron hasta el aborto natural?.


Segundo. La justicia.

Mientras atravesaba esa herida de mi vida, aquella experiencia física y emocional tan dolorosa, no dejaba de preguntarme por todas las cientas -o miles- de mujeres que abortan en silencio, escondidas de sus familias, amparadas en un vacío de culpa y dolor inagotable.

Luego reflexionaba sobre cómo era abortar en Chile. Me preguntaba si acaso las causales de riesgo de vida de la madre, inviabilidad fetal y violación son suficiente para que una persona gestante pueda abortar sin que el sistema te juzgue; qué tipo de acompañamiento se recibe; o simplemente: ¿por qué no podemos decidir libremente qué hacer con nuestros cuerpos?.


Tercero. El secreto.

Comencé a contar mi historia (con bastante histrionismo y detalle). Por lo general, pocas conocían el procedimiento, ninguna lo había vivido, pero todas 'conocían a alguien' que había abortado. Una tía, una amiga, sus mamás, sus vecinas, alguna leyenda indirecta, qué sé yo. Pero nunca se sabía de esto en primera persona, porque era un secreto a voces, sin detalles, ni remordimientos. Todas habíamos escuchado al respecto, pero ninguna, a ciencia cierta, tenía la capacidad de describir aquello que forma parte tan natural de nuestra experiencia femenina. Entonces, de nuevo, si nos pasa, ¿qué nos calla? Quizás, las pérdidas gestacionales son una vergüenza y un fracaso. Cuando no se cumple con el mandato de la maternidad, se castiga con culpa y silencio.


Cuarto. La esperanza.

Sí. Con una pérdida gestacional se quiebra la posibilidad de maternidad y paternidad. Duele y se aprende. Hay un luto. Un pánico, un nuevo miedo y una pesadilla recurrente: ¿y si nos pasa de nuevo? Pero hay certezas también: “nos podemos embarazar”. Es confuso y errático. La emoción se contiene en el abrazo con el otro, y la conversación se vuelve sincera, llena de lágrimas y risas, transparenta la emoción, para abrir la vida al sin sentido y al caos de estar vivos.


Quinto. Seguro y de calidad.

Hay sólo una convicción. Después de este proceso, pienso que da lo mismo si el aborto es natural o voluntario, porque en cualquiera de los casos debe ser cuidado, libre, informado y seguro para que aprendamos y vivamos en plena libertar nuestros cuerpos.


Sexto. La lucha.

Ese día pasó de ser un tránsito individual a una experiencia colectiva. Toma solo un vértice de los miles que pueden existir sobre el aborto. Da espacio al debate, se resignifica y acogen nuevas miradas. “Rebeldía, resistencia y amor” para quemar este pacto patriarcal.


Antes de ese mayo 2019, mi propio 8m, conocía de feminismos. Los había leído, defendido en bares y círculos de mujeres. Me había sentado a ironizar con hombres sobre su machismo. Reconocía las estructuras patriarcales y las veía hechas carne en mi biografía, mi sentido del humor y las acciones cotidianas que realizaba. Aún así, sólo ese día, para mí, todo cobró sentido. Quizás me tardé o quizás no.


Ser feminista no se me ha hecho fácil. Más que darme respuestas me ha llenado de preguntas.


Este texto lo escribo con el ánimo de compartir mi experiencia. Sin ninguna certeza escribo, pero con el objetivo de romper el tabú del aborto, para que juntas abortemos ese patriarcado que tanto nos ha dolido. Con el objetivo de no olvidar mi cuerpo, de reconquistar mis entrañas y desmontar sus cargas. Pero sobre todo darle naturalidad a la vida, porque con ella también vienen los abortos. Están en nuestros linajes y amistades. Son la vida, nuestra vida.


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