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María Fernanda García Márquez, México

"Para mí asumirme como feminista es contactar con mis raíces, reconciliarme con mi historia, escuchar desde el corazón y desde ahí conectar con las otras.”



Ilustración de Bianca Reyes Marquez, México


Me encuentro escribiendo estas líneas en la misma habitación donde me descubrí y reconocí atraída por otras mujeres, la misma habitación donde me escribía, hablaba por teléfono y soñaba con esa compañera de preparatoria cuando era una adolescente. También, la misma habitación donde lloré por las noches porque no comprendía cómo el hecho de amar a una mujer estaba afectando a mi relación más significativa y poderosa con otra mujer; mi madre.


Mi nombre es María García Márquez, soy una mujer mexicana que nació en 1993, en Morelos, un Estado al que llegaron mis padres para encontrarse, así que mi historia se encuentra tejida desde varias geografías. Mi madre es Araceli, hija de Teo. Mi abuelita escribió un texto titulado Biografías de mis hijos donde describe a su quinta hija como “una niña de cabellos de oro como rayos de sol, es inquieta como un ciclón, carácter muy fuerte, pero de un corazón tan grande, es sencilla y muy franca, no sé si sea una cualidad, muy estudiosa, dinámica y fuerte en sus decisiones, pocas veces se deja vencer en sus cosas, la nobleza de su corazón hace perdonar fácil lo que le hacen sus hermanos, no guarda rencor, ve las cosas desde una dimensión humana y yo me siento orgullosa de todo lo que esta pequeña ciclón me ha dado, sus risas y sus ocurrencias me han llenado mi vida de alegría…” Ella es mi madre.


La primera vez que leí estas líneas fue después del funeral de mi abuelita, cuando me encerré en su habitación y descubrí un montón de hojas sueltas llenas de pensamientos, reflexiones y fascinantes biografías. También escribe sobre su realización como mujer al ser madre, esa madre amorosa, protectora, incondicional. Cuando leía ese y otros relatos más, me preguntaba ¿qué hubiese pensado mi abuelita de mí y de mis sentimientos, mis decisiones y mi forma de relacionarme con otras mujeres, nombrándome, reconociéndome lesbiana?


Me cuestan mucho las etiquetas, durante mucho tiempo sentí que no debía clasificarme y encuadrarme en una de ellas, mucho tiempo me cuestioné ¿quién/quiénes me nombraban así? y ¿por qué? Para mí, ser lesbiana fue sólo un descubrimiento de quien soy, no tenía idea de que estaba desafiando una norma de un sistema hetero-patriarcal impuesto.


Hasta que la noticia provocó una ruptura en el vínculo con mi mamá. A esa ciclón yo también la conocí de adulta, mi mamá es de esas mujeres que dice lo que piensa, sin pelos en la lengua, como decimos en México. Ella ríe con ganas, a carcajadas, es una mujer inteligente y creativa. Cuando nació mi hermano, ella dejó de trabajar para dedicarse a nosotros dos. Recuerdo que ella jugaba en torneos de Voleibol y yo siempre fui la más orgullosa de ser hija de la rematadora del equipo. A mi mamá yo le contaba todo, me habló de sexo, de las relaciones con los hombres, del noviazgo, me habló sobre ser independiente y, con su ejemplo, también aprendí a ser valiente, a defender lo que creo y siento.


Desde el día en que le platiqué que había besado a una mujer hasta el día hoy, después de 10 años, hemos vivido encuentros y desencuentros, discusiones, pero sobre todo silencios. Recuerdo que ella fue la primera persona en nombrarme lesbiana y no haciendo alusión a Safo de Lesbos, sino a la forma hiriente. Me tomó tiempo reapropiarme de esa palabra que, además, me gusta mucho. Recuerdo que me dijo que no habría que comentar este “asunto” con nadie hasta que me decidiera, porque igual y cambiaba de opinión. Recuerdo que me dijo que de mi vida privada prefería no saber nada.

Me fui a la ciudad de Puebla a estudiar la universidad, tres horas eran las que me hacía en el camión para regresar a casa, en Morelos. La distancia con mi mamá fue difícil, pero también sanadora. Cada una en cada lugar y con nuestros respectivos silencios fuimos re- descubriéndonos. Yo nunca sentí vergüenza por lo que sentía, de hecho, me descubrí libre y honesta, pero algo muy dentro de mí se sentía roto; como si una parte de mí, de esa mujer tan auténtica, segura de sí misma, dedicada y atrevida se desdibujara. Yo sabía que mi mamá se sentía culpable, que pensaba que había hecho algo mal para que “le saliera una hija así”.


También sabía que eso no era así, pero a veces entiendo cosas en la cabeza y tardan en aterrizar en el corazón… yo me adjudiqué esa culpa, me sentía culpable por la frustración de mi mamá y sentí que había fallado. No importaba cuánto me esforzara, sentía que nada era suficiente para compensar la falla. Yo me encontraba sola en Puebla, en otro lugar, sabía que me tenía a mí nada más y que debía ser fuerte, terminar mi carrera, sanar. Y lo hice, racionalicé mi situación hasta anestesiar el dolor.


Y bueno, pues ¿cómo me convertí en feminista? Yo creo que fue sentada en una mesa de madera, en la colorida calle de los sapos en Puebla, a unos cuantos pasos de la facultad de psicología donde estudié, tomando un chocolate caliente con la Mtra. Graciela, ahora mi querida amiga Grace. No sé si ese fue el momento que me “convirtió”, pero sí sé que fue el día en el que abrí esa ventana desde dentro, desde el corazón y no sólo desde el pensamiento. Ese día le platiqué sobre un mensaje inapropiado que me había enviado el profesor que asesoraba mi tesis, un profesor que hizo uso de su posición académica y su bagaje teórico para llenarme de ilusiones respecto a la posibilidad de construir espacios investigativos más respetuosos, seguros y humanos; por lo que deposité mi respeto y confianza en él como académico. Le compartí lo más preciado que tengo, que es el proyecto que me encuentro realizando, el cual se vio afectado también. Ese día Graciela escuchó mi decepción, coraje y mi tristeza, ese día nos indignamos juntas porque a las mujeres nos toca tomar decisiones en donde ambas opciones significan perder algo.


También ese día nos compartimos desde nuestras historias, hablamos de nuestras madres y abuelas, de nuestras ancestras, de las mujeres que somos, las singularidades que nos construyen, de lo que significa ser mujer en la academia, de la situación en nuestro país, donde vivimos con miedo de ser una de las 11 mujeres que muere a diario víctimas de feminicidio, pero también vivimos en un duelo constante porque todos los días nos faltan, un país construido de historias familiares donde al menos hay un caso de violencia machista. Hablamos de esas violencias institucionales y sistemáticas que nos anulan todo el tiempo y que anularon a nuestras abuelas y madres también. Ese día hablé desde mis sentimientos, me destrocé, me permití estar vulnerable, estaba muy enojada y triste por todo lo que implicó ese mensaje del profesor, pero también de alguna forma esa situación tocó una herida más profunda. Ese día me di cuenta de que todo ese tiempo había usado la razón para tratar de curar mis heridas, pensé que a través de la comprensión iba a poder sanar y eso es una forma de atender las lógicas patriarcales que anulan nuestra capacidad mágica de poder sentirnos, de ser intuitivas y escuchar a nuestro corazón. Gracias a la seguridad y presencia de Grace yo pude explorarme desde la emocionalidad. Y de pronto, mi cuerpo disolvió la anestesia y dejó que sintiera todo lo que yo misma no me había permitido sentir.


Darme cuenta de que deposité mi seguridad en una figura de autoridad como la del profesor, me permitió reconocer que mis relaciones se basaban en la búsqueda de aceptación; la universidad la viví con miedo de ser rechazada y hasta el día de hoy cuesta atreverme a mostrarme. Reconocí las opresiones que vivo, la anulación como mujer y la invisibilidad como lesbiana, porque es bien raro vivir en un mundo donde todos los días te recuerda que eres la minoría. Mi lucha está en lo cotidiano, esto de “lo personal es político” a mí me hace re-pensarme en lo más íntimo que puedo tener que es mi mente y corazón. Yo me descubrí feminista cuando contacté con lo más profundo de mi corazón y eso me permitió conectar con las historias de otras mujeres, que también son mi historia.


Mi mamá, después de muchos años me pidió perdón. Me dijo que le costó mucho romper con las creencias con las que creció. Yo ahora entiendo que nunca me rechazó a mí, sino que ambas navegamos en el mismo barco ideológico que sostiene a un sistema que nos hace tanto daño a todas. Todo este tiempo le había exigido a mi mamá ser mamá y no sólo mi mamá, sino esa madre que me aceptara incondicionalmente, perpetuando las lógicas patriarcales de atribuir a la mujer sólo los mandatos de la maternidad, y Araceli es más que una mamá, ella es una mujer con sus singularidades, con su propia historia, ella es “inquieta como un ciclón, carácter muy fuerte, pero de un corazón tan grande, es sencilla y muy franca”, así como la miraba Teo, mi abuelita.


Para mí asumirme como feminista es contactar con mis raíces, reconciliarme con mi historia, escuchar desde el corazón y desde ahí conectar con las otras. La ruptura en la relación con mi mamá me llevó a encontrarme y aceptarme como la mujer que soy y, en ese encuentro, me vi reflejada en los ojos de Araceli, a través de su historia que también es la mía.


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