Debo confesar que nunca me he considerado activamente feminista. De hecho, me negaba a decir que lo era, por un lado, porque no me identificaba con el concepto, pero también porque considero que me cuesta incorporarlo en mi cotidianeidad, me cuesta utilizar el lenguaje inclusivo, incluso me burlé de su uso, me complico y me enredo al referirme a mí misma, niñas o mujeres (cis o trans) como “una” en vez del tan normalizado, idiota y generalizado “uno”, y, todavía, incluso rodeada de las más admirables amigas feministas, siento que día a día estoy “construyendo” un concepto que me sigue pareciendo totalmente nuevo.
Pero obligada a ver mi historia, me pregunto también, ¿Cómo es que no fui una feminista desde la cuna? ¿Cómo es que rodeada de tantas mujeres que me han marcado y guiado el camino, que me han enseñado con acciones y ejemplos lo que es la valentía, la fuerza, la determinación y sobre todo el poder de las mujeres...cómo es que no me hago cargo de eso siendo una implacable feminista?
Este último año la vida me ha obligado a hacer un ejercicio de autoconocimiento profundo, me ha puesto a prueba de una manera de la que siempre pensé que sería inmune y esas vivencias me llevaron a reconstruir y a identificar quiénes han sido las personas que me marcaron y por las cuáles hoy tengo una identidad “definida”...¡y todas han sido mujeres! Mujeres adelantadas a su época, mujeres guerreras, mujeres campesinas, mujeres hermosas, y, como decimos en Colombia, mujeres berracas.
Paulette, mi abuela paterna, belga, decidió en 1940 en plena Segunda Guerra Mundial, tomar un barco a Estados Unidos para encontrarse con mi abuelo, un estudiante de medicina con el que se casó por correo a través del consulado. Es la típica película de amor, en la que una mujer lo deja todo por el hombre amado y prometido, quien la salvará a ella de ser parte de la tragedia de una guerra. Todo lo contrario, fue una mujer que con 20 años se negó a ser parte de una sociedad europea aburrida, se buscó un latino guapetón, le pidió casarse y arregló todo a distancia para irse a vivir una aventura que ella misma escribió. Se negó tanto a depender (como se hacía en esa época) de que un hombre la defendiera que se compró un arma para garantizar su propia seguridad y lideró un grupo de mujeres extranjeras en Colombia para que se emanciparan de sus maridos.
Sofía, mi hermosa abuela materna, nació en una ciudad donde las mujeres se conocen por ser “de carácter”, fuertes, de voz alta y genio saltón, todas con connotaciones negativas y estigmatizaciones de mujeres “complicadas”. Una mujer tan hermosa que Neruda mismo le escribió un poema cuando la conoció en Colombia. Cuando le decíamos que era por su belleza, ella siempre respondía: “No me ofendan, no fue por la belleza, sino por el carácter”. Siempre recordaré cómo me contaba que su único sueño no cumplido fue no haber estudiado derecho, por que su padre y sus hermanos se lo prohibieron, “por que una mujer, jamás podrá dominar las leyes”. Gracias a su “carácter” y fortaleza, a pesar de no haber tenido su título de abogada, hasta sus últimos días buscó hacer justicia a las personas más excluidas de la sociedad bogotana. Una de sus grandes amigas, hoy una de las más reconocidas poetas (militante del Partido Comunista) en Colombia, cuando iba a su casa a tomar el té, me sentaba a su lado y me decía: “Mijita, si nosotras no somos quienes escribimos las historias y tenemos la voz en alto, el mundo seguirá siendo contado por los hombres, y así no vamos a llegar a ningún lado”.
Años después tuve el gran privilegio de trabajar mano a mano con unas mujeres y ahora amigas, absolutamente valientes y ejemplo infalible de resiliencia. Consu, Emita, Rocío, Inés, y otras tantas lideresas me enseñaron con su trabajo y con el amor a su familia que cuando una es leal a lo suyo y a las personas que la rodean, no hay forma de no sobrevivir y salir adelante.
Inés es una lideresa que viene de Los Llanos, una región de Colombia muy marcada por la guerra. Luego de ser desplazada de sus tierras, llegó a los asentamientos ubicados en la periferia de Bogotá, un lugar donde se reproduce y se replica la violencia y la exclusión del conflicto armado, aquel que ha dejado como mayores víctimas a las mujeres. Apenas llegó a Brisas del Volador, organizó un grupo de mujeres llamado ASOMUMEVIR, Asociación de Mujeres por un Mejor Vivir, con el fin de darle a las mujeres de su barrio un espacio para el encuentro, la acogida, la unión y un proceso de reconstrucción. Un lugar donde pudieran, además, buscar alternativas para una mejor calidad de vida que la guerra, la violencia de género, el patriarcado y las estructuras sociales no les permitieron tener. Inesita, luego de tantos años, sigue leal a sus vecinas y compañeras, porque siempre nos contaba que era la única forma de enfrentar las injusticias que la vida le puso a ellas.
Profesoras, maestras, compañeras de deporte, de fiesta, de discusiones y de viajes, abuelas, madre y amigas, todas mujeres...son quienes en cada etapa importante de la vida, me han enseñado lo potente e indomable que es la fuerza de una mujer, y cómo ésta es millones de veces mayor cuando se alía a otra.
Reconstruyendo mi historia, me doy cuenta que soy una enorme creyente de que la lealtad entre mujeres no encuentra rival. Que las verdaderas rivales de las mujeres son las creencias que nos ha impuesto el patriarcado impulsándonos a competir, a tenernos envidia, odio y celos para dividirnos y disminuir la gran fuerza y verdadero poder que genera un grupo de mujeres.
Me cuestiono entonces, con toda esta responsabilidad en mis manos de seguir el ejemplo de ellas, ¿Cómo es posible que no sea una verdadera y profunda feminista? ¿Qué me está faltando para serlo? ¿O ya lo soy y no me considero como tal?