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Karen Cubillo Espinoza, Costa Rica

¨Porque lo maravilloso e intenso de él (feminismo), es que nos mueve desde lo más profundo de nuestro ser, nos mueve desde el sentimiento, desde el amor propio, desde la igualdad, desde la libertad.


Ilustración de Mariana Vásquez, Costa Rica.


El feminismo no hace mucho tiempo es parte de mi vida, pero sin duda llegó para quedarse. Soy del pensamiento de que las cosas no llegan ni tarde ni temprano, sino que nos “atropellan” en el momento adecuado, para sacarnos desde cualquier rincón que nos encontremos.


Nací en la provincia siete de Costa Rica, en una finca familiar (como me gusta llamarle). Crecí entre la naturaleza, subiéndome a los árboles y bañándome en el río con mis primos y primas; fue una infancia perfecta, por así decirlo. En mi casa siempre hemos sido tres; familia de padre, madre e hija, donde nunca faltó nada, o así se me mostró siempre. Claro está que el esfuerzo de ambos ha sido enorme y constantemente, con el principal objetivo de darle lo mejor a su única hija. Me crié muy acompañada, muy querida, muy feliz.


Durante mi niñez y adolescencia recibí una educación muy tradicional. Asistí a un colegio privado-mixto con bases católicas, bastante metódico y bastante conservador. Dentro de lo convencional que fue esa enseñanza, recuerdo que tuve una asignatura muy particular, se llamaba Educación para el Hogar; y trataba básicamente sobre cómo formar una familia (heteronormativa, obviamente). Nos enseñaron a casarnos, celebrándolo con una ceremonia donde tu pareja la sacabas a la suerte de un papelito. También nos enseñaron a ser madres y padres de un muñeco robotizado que estaba programado para levantarnos, llorando, mientras dormíamos. Por supuesto, pasabas el curso si cumplías con los requisitos para aprobarte como esposa y madre de familia, y viceversa, en el caso de mis compañeros.


En mi casa siempre me inculcaron el ser una niña de bien: una responsable, aplicada, amable, correcta; y a pesar de que mis padres lo hicieron desde el cariño y lo genuino, ciertas de estas características me pesaron por mucho tiempo. En el colegio me costaba mucho defenderme ante las “bromas” de mis compañeros, consecuencia de la forma de ser que yo misma había asumido, y eso sin duda hacía que me enojara constantemente conmigo.


No se me olvida la vez en que dos amigos me entrenaron con “tips” de autodefensa personal durante los recesos de clases. Haciendo memoria, el que más presente tengo, y ahora que verbalizo esto me parece sumamente significativo, fue cuando me dijeron: Karen, usted lo que tiene que hacer es alzar su voz, hablar duro y firme. En ese momento llegué a tomarlo de forma muy ligera, y hasta nos hacía gracia ver cómo lograba cumplir con sus tips recomendados. Me recuerdo con una especie de orgullo personal. Luego de eso tuvo que pasar el tiempo, uno que otro golpe en la vida, para darme cuenta, de la magnitud e importancia de esas palabras para una mujer.


Vivir fuera de lo que se conoce como la ciudad, te obliga a irte a una corta edad de la casa de tus padres para continuar con los estudios universitarios. Por supuesto que para mí fue sumamente desafiante y aterrador el salir de esa burbuja protectora que siempre tuve y que viví acostumbrada por años, pero que, a la vez, me mantenía encerrada y muy aislada de la realidad; o más bien, de las tantas realidades que vivimos las mujeres con el sólo hecho de nacer bajo este género en una sociedad patriarcal, a la que ahora reconozco como tal.


Entrar a una universidad pública, a estudiar en una carrera tan subjetiva como arquitectura, me llevó a desaprender lo aprendido en mis años anteriores de enseñanza tradicional. Con esto, empecé a formar parte de espacios (más de carácter social) que me impulsaron a tener un pensamiento más crítico y a la vez más humano, donde me movía mucho el sentimiento al ver que pertenecía a una sociedad llena de indiferencia ante la desigualdad, ante la condición de pobreza y la discriminación. Si bien, para ese momento, yo no visualizaba la diferencia de esta realidad entre mujeres y hombres., esto marcó, sin ser consciente, mi paso al feminismo.


Comencé a escuchar con mayor fuerza el término feminismo en el 2016, el año en que llegó la oportunidad de irme un tiempo a Chile. Admito que fue un “atropello” muy oportuno para mí, ya que también fue una especie de escape ante una serie de eventos desafortunados que últimamente venían pasando en mi vida; incluyendo una desilusión amorosa con mi pareja de ese momento. Emprendí un viaje sola por primera vez y eso sin duda me enfrentó a muchas emociones que iban, desde la incertidumbre, la ansiedad y la curiosidad. Estando fuera de mi país volví a explotar varias de mis burbujas impuestas y creadas, y eso me permitió experimentar un sentimiento de libertad plena, una que hasta el día de hoy lucho, día con día, para seguirla alcanzando.


En el camino he tenido la oportunidad de toparme con mujeres a las cuales admiro y quiero enormemente, que son hoy mis mentoras y hermanas en este proceso. Por ellas, y por muchas más, he logrado deconstruirme y deconstruir la idea del ser mujer. Es difícil, y muchas veces doloroso, el darse cuenta que una también replicó comportamientos, actitudes y dependencias por ser sumisas ante el machismo o ante las masculinidades que nos hacían sentir inferiores.


Reconocerme y aceptarme como una persona emocional, nunca fue tarea fácil, ya que vivimos en una sociedad donde se enseña a que las emociones son sinónimo de debilidad y debemos reprimirlas. A pesar de todo eso que nos construyeron, yo encontré fuerza en una de las características que más me identifica y eso me facilitó generar una conexión importante con el feminismo. Porque lo maravilloso e intenso de él, es que nos mueve desde lo más profundo de nuestro ser, nos mueve desde el sentimiento, desde el amor propio, desde la igualdad, desde la libertad.


La transformación personal que he tenido a través del feminismo, me ha llevado a dejar atrás eso que no me identifica, ni me corresponde. Es un trabajo que se lleva a diario, luchando contra nuestras propias inseguridades y nuestros propios miedos, pero con la convicción de que no es camino que enfrentamos solas. Hoy agradezco entender que nosotras no vinimos a este mundo con la obligación de ser madres y esposas, sino que vinimos para mucho más; y si en algún momento se nos presenta alguno de estos dos eventos en la vida, que estos sean por decisión y no por nuestra condición impuesta del ser mujer.


Yo no era feminista, y se me educó para no serlo. En mi presente ahora existe otra enseñanza, una que he decidido construir y cultivar, una que me permite enfrentar la vida con otros ojos; unos más libres y más ligeros, sabiendo que, aunque falta mucho por recorrer y luchar, el feminismo es y será el camino a seguir.



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