"Soy católica y feminista, dos cosas que normalmente no ves en una misma frase, dos ideologías que la mayoría creen que son incompatibles, pero para mí no es así.”.

Ilustración de Valeria Araya, Chile
Soy católica y feminista, dos cosas que normalmente no ves en una misma frase, dos ideologías que la mayoría creen que son incompatibles, pero para mí no es así.
Con respecto a mi religión, recuerdo el día exacto que me volví católica, y no fue el día de mi bautismo porque obviamente era una bebé. Desde que tengo uso de la razón mis papás me llevaban a misa los domingos a la Iglesia Guadalupe y me hablaban del amor de Dios, sin embargo, fue a los 9 años, cuando di mi primera comunión que realmente me sentí católica y empecé a entender y profesar mi fe.
Con respecto al feminismo, me cuesta determinar con precisión el día, el mes o el año, pero lo puedo dividir en dos etapas: cuando era feminista y no lo sabía y cuando me autoproclamé feminista.
Si bien en mi familia inmediata son más hombres que mujeres, crecí con ejemplos de mujeres trabajadoras, luchadoras y determinadas. La primera, mi mamá. Ella es mi modelo, mi pilar, mi gran compañera. Mi mamá viene de una familia pobre, de Masaya, y vino a parar a Managua a los 16 años, sola, huyendo de un hogar disfuncional y del maltrato. Desde los 13 trabajaba ayudando a mi abuela cosiendo y bordando. Luego de salir de la universidad, se convirtió en diseñadora de modas, todo esto mientras Nicaragua estaba en guerra. A pesar de estudiar periodismo y letras, ella encontró su pasión en la moda. El ejemplo de ella es invaluable. Es una mujer que ha luchado y conquistado cada una de sus metas a pasar de miles de obstáculos. Me enseñó a ser persistente, a ser optimista, también me enseñó que el trabajo dignifica y siempre me decía “ya tenés el no, vos vas por el sí”. Con ese consejo tan sencillo ella llegó donde jamás hubiera imaginado.
Otra gran mujer fue mi abuelita Chepita, quien en realidad era mi bisabuela. Dicen mis tíos que la Chepita tenía un carácter terrible. Y a veces a mi mamá y a mí nos dicen que somos “peor que la Chepita”. Pero yo era la mimada de ella, así que nunca supe de su carácter terrible. Yo solo sé que cuando iba a Masaya ella me esperaba con bananitos manzanos y siempre me habló con cariño. Y si bien murió cuando yo apenas tenía 7 años, la recuerdo fuerte, recta, y sobretodo, justa. Ella crió a sus 9 hijos, a mi mamá, a varias nietas y nietos. De ella mi mamá aprendió la disciplina y el orden.
Creciendo hubo muchas personas que trabajaban en la casa, muchas mujeres. Mi nana, la Juanita, las costureras del taller de moda, recuerdo a la Doris, la Diana y la Martita, y la Ayita que llegaba a lavar y planchar todos los jueves. Todas eran mujeres fuertes a su manera. La Juanita se vino de la finca para cuidarme, me ponía a ver novelas y bailar “la del moño colorado”. Todos los jueves, la Ayita me traía algún dulce que vendían en la parada de bus, me hablaba de Dios y me bañaba en la pila del lavandero. En ninguna de las historias de estas mujeres escuché que hablaran de algún hombre, sólo de sus hijos, por quienes luchaban a diario.
Otro gran ejemplo es Yahoska, mi hermana de otra madre, una chavala llena de energía, trabajadora. Ella es gerente de un taller de mecánica, está inmersa en una industria donde predominan los hombres. Tiene una determinación envidiable, no conoce ningún límite. Ella me llevó a matricularme a la universidad, me llevó a aplicar a mi primer trabajo, me dio consejos de amor. Ella enfrenta la vida, que es dura, con una sonrisa y una actitud positiva. Llora, seca sus lágrimas y sale adelante.
Y, por último, pero no menos importante, mi papá. Mi papá es feminista, a su manera, quizás él no lo reconoce. Cualquiera pensaría que un hombre que nació en el año 1947 tiene que ser un gran machista, pero no. Mi papá me enseñó a volar, me dijo que yo podía hacer todo lo que me propusiera en la vida, nunca hizo diferenciación entre niña o niño. Para él, yo siempre tenía que ser capaz de todo, así de sencillo. Aunque empezamos a hablar con profundidad cuando yo ya era grande, desde pequeña vi su ejemplo. De él heredé el amor por la cocina, heredé la profesión, y lo más lindo que heredé fue la pasión por viajar y descubrir otras culturas.
Tuve muchos más ejemplos de personas fuertes y me parece increíble que ninguna se considere abiertamente feminista, que no lo digan como algo normal, como cuando uno dice qué tipo de música le gusta. Entendí que es realmente difícil porque a esa mamá que luchaba por sus metas solo le dicen soñadora, a esa abuela que era una líder solo le dicen mandona, a esa amiga con determinación le dicen loca, y así vamos por la vida aceptando adjetivos que no merecemos, sin darnos cuenta que este planeta necesita más de nosotras.
Sigo tratando de puntualizar el momento que me autoproclamé feminista y surgen en mi cabeza todo tipo de pensamientos desde lo más cotidiano hasta sumergirme en profundos debates internos. Y creo que el momento que me hizo despertar fue recordar las noches cuando estábamos mi mamá y yo en casa, mi papá trabajando hasta tarde, ella me decía “estamos solas, hija” y siendo una persona sumamente lógica no lograba entender ni aceptar como siendo dos podíamos estar solas.
Ya siendo una mujer adulta, independiente y profesional me descubrí muchas veces justificándome por ser feminista y también justificándome por ser católica. Recientemente una hermana religiosa me hizo ver que Jesús defendía los derechos humanos, revolucionario para la época. Nosotras feministas tenemos algo en común y es la lucha por la igualdad, la equidad, la justicia, lo cual es también revolucionario pero cuánto anhelo que sea simplemente normal. Por eso ahora lo digo a mucha honra, soy feminista.