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Bárbara Low Sandoval, Chile

"Era la vocecita que me repetía a diario que a esta vida vine a ser una mujer fuerte y con grandes cosas"


Ilustración de Catherine Ruiz Moreno, Colombia


No me di cuenta lo que significaba ser mujer hasta que entré a la universidad. Entusiasmada por mi primera clase de macroeconomía es como empezó ese día, entre números, gráficos y un montón de preguntas que eran parte del ambiente en el salón. Un profesor alto, serio, con cara de saberlo todo, interrumpe la clase con una pregunta que hasta hoy me aprieta los dientes: ¿las mujeres no deberían estar cocinando o haciendo sopaipillas?... Fue en ese momento en donde por primera vez conscientemente comencé a cuestionarme todo.


Comencé a comprender que el lugar en el que estaba históricamente había sido estereotipado, la carrera de ingeniería estaba hecha para los hombres porque nadie más que ellos podrían ser mejores para las matemáticas y la economía, al menos eso era lo que ellos creían. Entrar a la universidad se tradujo en 6 años de estudios donde sólo pude tener la fortuna de conocer dos académicas, entre los cientos, en que mi capacidad intelectual fuese cuestionada por profesores e inclusive por mis propios compañeros.


Mi madre siempre fue lo que se considera una "mamá atípica", independiente, con estudios, de carácter fuerte y mujer antes que todo. Una mujer muy cuestionada por querer criar a una hija independiente, por querer estudiar cuando yo era una adolescente, por querer darse tiempo para ella, por querer tantas cosas que seguramente si hubiese nacido hombre no serían cuestionada. Yo soy la extensión de la maravillosa mujer que es mi madre, quien antepuso una maternidad controversial para los ojos ajenos por enseñarme y regalarme la libertad, el empoderamiento y la plenitud de lo que significa ser mujer.


Como acontecimiento, cuando egresé de ingeniería, mi madre me hizo un regalo muy especial, un libro de la admirada Isabel Allende: "Mujeres de Alma Mía", un libro mágico y liberador y el cual me permitió decir por primera vez "soy feminista".


Mi abuela, de etnia mapuche, siempre pendiente de todo, sembradora de amor, una guerrera. Era la vocecita que me repetía a diario que a esta vida vine a ser una mujer fuerte y con grandes cosas.


Volviendo a la pregunta, ¿vine a este mundo a cocinar y a hacer sopaipillas? La respuesta es: vine a ser todo lo que quiera SER. En ese momento no sabía si era feminista, porque creía no calzar con el falso estereotipo de lo que significaba ser feminista, no tenía una personalidad radical, no odiaba a los hombres y tampoco creía que sólo las mujeres deberían gobernar el mundo pero sí tenía una cosa clara: no me habían criado para ser limitada por pensamientos machistas. Me habían criado para ser poderosa.


Con el tiempo entendí que ser feminista significaba mucho más que llevar una batalla contra el sexo opuesto. Participé en la marcha del 8M en Santiago el año 2019, una de las marchas con mayor convocatoria en el mundo y me di cuenta que esto se trataba de sororidad, de crear un mundo más justo, de tener los mismo derechos que gozan los hombres, de que el mundo entendiera que el trabajo de cuidados y del hogar debiese ser valorado, de que merecemos respeto y el derecho de vivir sin miedo, de acortar las brechas de género y eliminar la masculinización y feminización de las profesiones, entre tantas cosas más.


Hoy por hoy soy una mujer poderosa, ¿por qué? porque me he empoderado de mis propias decisiones y mi destino, porque decidí ser todo lo que quiera ser y vivir sin que nunca más nadie me limite sólo por ser mujer.

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