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Angie Gutiérrez Mora, Costa Rica

"Y así crecí, siendo feminista y afrodescendiente sin saberlo, sin poder nombrarlo."

Ilustración de Catalina Naranjo, Costa Rica.


Yo nací en una casa llena de mujeres fuertes, irreverentes e independientes, todas ellas empoderadas y derrochando autonomía económica y personal, todas ellas sin saberse ni reconocerse feministas, aún en la actualidad no se autodenominan feministas…

Yo también nací en una familia de mujeres blancas, y fui criada como una niña blanca… una niña blanca con un padre negro, que rondaba de vez en cuando por mi vida, pero no lo suficiente para opacar la fuerza de la tribu de mujeres blancas y fuertes que tenía alrededor.


Y así crecí, siendo feminista y afrodescendiente sin saberlo, sin poder nombrarlo. Me sabía diferente, pero no encontraba mi lugar.


Sin temor a equivocarme puedo decir que me descubrí feminista en los pasillos de la Universidad de Costa Rica. La vida me dio un golpe de suerte y me permitió cruzarme con mujeres que son pilares en las luchas feministas de este país… se convirtieron en mis profesoras y mentoras.


Fue entre clase y clase de Cecilia Claramunt, Mirta González y Teresita Ramellini que logré ponerle nombre a esa fuerza interna que tenía, que le encontré sentido a la frustración que sentía ante la desigualdad y la injusticia, fue ahí que decidí a qué iba a dedicarme el resto de mi vida.


Fue en esos pasillos que entendí porqué las mujeres de mi familia no se consideran feministas, comprendí por qué debían ser tan fuertes, intuí que eran sobrevivientes... mujeres que sobreviven, crían, lloran y ríen en medio del patriarcado; recordé las historias que me contaban de pequeña, supe a qué se referían con el “coco” que le hace daño a las niñas, entonces comprendí aquella insistencia en que debemos cuidarnos entre todas y supe porqué éramos una tribu.


En esa misma época, hace 17 años, me vi al espejo y entendí que no era una niña blanca, que aquel padre ausente me heredó la melanina, la fuerza de mis antepasados africanos, que mi cabello crece en dirección al sol, que mis genes hacen magia y que yo soy una mujer afrodescendiente, y abracé mi mestizaje, resignifiqué la palabra mulata, descubrí el afrofeminsimo, y fue entonces, que me sentí en casa.


Me apropié de mi cuerpo y sus redondeces, mi altura, mi piel y mi cabello, lo convertí en mi hogar y dejé de luchar por calzar en la imagen ideal, me amé así: alta, negra y gorda…


Al descubrir el afrofeminismo comprendí que se trataba de algo más que retejer los vínculos más allá del género, que la experiencia del racismo que se suma a la estructura de dominación patriarcal encausa la lucha de las feministas negras por un camino diferente.


En ese camino se entiende que existen otras formas de vida y cultura diferente a la occidental, y que por nuestra piel de mujer negra pasan otras formas de violencia que deben ser visibilizadas y erradicadas. El ser considerada exótica y objeto de fetiche es una posición no solo misógina sino racista.


En ese camino se resignifica la sororidad con otras mujeres negras, no solo desde la alianza del género sino desde la sangre que las ancestras derramaron por nuestra libertad… y eso no será malgastado, seremos tan libres como nuestro afro, se oirá nuestra voz y caminar, porque somos mujeres negras y la música, la poesía, la danza e incluso la lengua está marcada por nuestras raíces y se lo haremos saber al mundo.


Ahora bien, no me parece justo romantizar el proceso de haber develado el género, porque lo cierto es que deconstruirse es doloroso, agotador y un reto que no parece tener fin, recuerdo horas de conversaciones sobre feminismo con mis amigas y muchas de esas pláticas eran sobre el dolor de saber, de lo difícil que es ser coherente entre la práctica y la teoría, del esfuerzo que implica cuestionarse constantemente, revisarse y mantenerse firme contra un sistema patriarcal que es cruel, fuerte e implacable.


Ni hablar del amor romántico, debe ser una de las trampas más crueles del patriarcado, y me ha tomado años tener claridad sobre cómo establecer, mantener y soltar los vínculos de forma sana. Llegar a eso me costó tener que repararme solita muchas veces el corazón, muchas noches de insomnio y mil tazas de café.


He dedicado mi vida a trabajar y luchar por la igualdad entre los hombres y las mujeres, sueño con que ser mujer no sea un factor de riesgo, para que un día podamos vivir sin miedo.


Ahora sueño con que mi hija de piel canela y afro abundante, pueda ser la mujer que quiera ser y que encuentre en cada espacio de este mundo su lugar, sus derechos y dignidad…quiero que sea libre y feliz y no deba dedicar su energía a ser valienta.


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